Los "cuentos japoneses antiguos" (日本昔話) pasan de generación en generación hace cientos de años y, aún hoy, son muy populares entre los niños. Prueba de ello es que muchos de esos personajes reaparecen en películas, como Noppera-bo, en El viaje de Chihiro.
Ya de adulta, me pregunto: “¿por qué la proporción de cuentos de terror es tan alta, considerando que son historias para niños?”. No quieres que te lo cuenten de noche, te aseguro. Pero considerando Halloween, elegí estos tres cuentos (¿de niños?) que dan miedo y que fueron fuente de las peores pesadillas que tuve de pequeña.
Si el faisán no hubiese llorado
En la época de los señores feudales, las familias más adineradas controlaban los bienes y repartían una taza de arroz por día a los más humildes. Un peón de campo, cuya esposa había fallecido muy joven, criaba a su pequeña hija con todo el amor. Era su razón de ser y trabajaba de sol a sol en el campo de estos señores para criarla feliz y sana.
Un día, su hija volaba de fiebre y, mientras agonizaba en su cama, con un hilo de voz, la niña pidió comer aka-mamma, una forma infantil de llamar al arroz mezclado con porotos azuki que se vuelve de color rojo. Este plato es muy especial, solo se consume en las fiestas. El padre, al verla sufrir y al saber que necesitaba recuperarse, esperó a que llegara la noche, se tapó la cara con un pañuelo, corrió al silo de sus capataces y, con gran remordimiento, robó una taza de arroz. De vuelta en casa, cocinó el aka-mamma y, cuando vio la felicidad de su hija, su remordimiento desapareció.
A los pocos días, ya con su niña recuperada, él había vuelto –como todos los días– al trabajo. Ella se sentía tan bien que tomó una pequeña pelota y salió al jardín. Mientras la hacía picar en el piso, cantaba: "Comí un rico aka-mamma, comí un rico aka-mamma". Justo en ese momento, pasaba un guardia que la escuchó ,y rápidamente, denunció a su padre, ante los señores feudales, como un ladrón. Finalmente, fue capturado y sentenciado a muerte.
Una tarde, ya de adolescente, mientras escuchaba el cantar de los pájaros vio un faisán que volaba y de repente, un ruido estremecedor: un cazador le había disparado. Ella, desde que perdió a su padre, no había vuelto a hablar. Pero esa vez, miró el cielo rojo y, finalmente, dijo: "Si no hubieses llorado, faisán...".
El gorrión sin lengua
Había una pareja de abuelitos que vivía en una montaña. El abuelo, un leñador, salía todas las mañanas temprano de su casa hacia el bosque y su esposa le preparaba un par de bollos de arroz (oniguiri) que envolvía en hojas de bambú, ese era su almuerzo.
Un día, el abuelo almorzaba bajo un árbol, cuando vio un gorrión herido que lo miró con lágrimas en los ojos, como pidiéndole ayuda. El abuelo, de corazón tierno y generoso, lo puso en su mochila y se lo llevó a su hogar. Allí, lo curó, lo bañó, le dio de comer y lo dejó en su casa esperando que se mejore. La abuela, de mal genio y mezquina, se molestó mucho cuando comprobó el afecto de su marido hacia ese pájaro.
La siguiente mañana, el abuelo salió como todos los días y la abuela se quedó sola a cargo del gorrión. Sin prestarle atención, se puso a cocinar y, en un minuto de descuido, el pájaro se llevó a la boca parte de su comida. La abuela, furiosa, tomó una tijera, le cortó la lengua y lo sacó de la casa, literalmente, volando.
Al regresar, cuando el abuelo escuchó lo ocurrido, se desesperó: salió corriendo hacia el bosque y lo buscó hasta encontrarlo. Tan feliz estaban los dos de verse, que el gorrión le preparó un banquete con sus amigos, que cantaron y volaron alrededor del hombre durante la tarde.
A la hora de regresar, en tanto el abuelo se despedía del gorrión sin lengua, este le ofreció un regalo. Había tres baúles: debía elegir entre uno grande, uno mediano y otro más pequeño. Ante esta sorpresa, el abuelo dijo que estaba muy viejo y el camino de vuelta era muy largo, por lo que seleccionó el más chico.
Una vez en su casa, abrió el pequeño baúl: estaba lleno de tesoros, joyas y brillantes. La abuela, que había escuchado toda la historia, corrió hacia el bosque, hasta que encontró al gorrión sin lengua. Allí, le exigió el baúl más grande y lo abrió.
Ya sin tapa, empezaron a saltar arañas venenosas, monstruos de todo tipo, serpientes y alimañas que continuaban brotando sobre ella como si el baúl no tuviese fondo. Espantada y a los gritos, la abuela rodó a lo largo de la ladera de la montaña una y otra vez. Hasta que, finalmente, murió.
La señora de cuello largo
En el antiguo Japón había una casa rural en donde todos los días el padre de familia llenaba con aceite las lámparas. Solo tenían dos: la del comedor y la de la sala de baño. A él le extrañaba especialmente un detalle: esta última la recargaba con aceite solo una vez a la semana, mientras que la del comedor debía llenarla cada noche. Eran idénticas. ¿Por qué se gastaría más uno que otro? ¿Estaría averiada?
Su esposa era bella, esbelta y de piel transparente, cabello negro y largo hasta la altura de sus rodillas. Cuando caminaba por el jardín, su esposo la miraba encandilado por la gracia de sus movimientos. Pero una cosa le preocupaba: cada noche, ella se despertaba y por un par de horas no volvía a dormir. Cuando notó esto años atrás, ella le había dicho que necesitaba ir al baño. Sin embargo, últimamente no se conformaba con aquella respuesta, ya que pasaban horas sin que ella regresara a su cama y, cuando lo hacía, estaba helada, aun en las noches de verano.
Pero una vez sucedió: el hombre ya no podía controlar su curiosidad, y cuando la vio levantarse con su ropa de cama, salió sigilosamente tras ella.
Como siempre, caminaba con su gracia por el comedor luciendo su cabello brillante, pero se lo veía menos largo. ¿Se lo había cortado? Estaba parada y hacía movimientos suaves, cuando su marido escuchó ruidos extraños; un relamer, como el sonido de un gato tomando agua de un cuenco. "Pero si no tenemos mascotas...", pensó.
"Querida, ¿te sientes bien? ¿Qué es ese ruido?". Su bella esposa, que aún no se había percatado de su presencia, se espantó y, del susto, giró hacia él violentamente. En ese instante, su esposo vio a aquella mujer con el cuello largo, como una víbora, relamiéndose el aceite de la lámpara que le chorreaba en la comisura de su boca.
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¡Feliz HAL-oween!
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